Toda vida humana empieza con una que nos gesta y trae al mundo, nos nutre y nos protege. Y a partir de ahí su presencia se diversifica. Abuelas, hermanas, hijas, nietas. Protectoras y protegidas. Amigas eternas. Cómplices. Enriquecen nuestros días con enseñanzas milenarias, travesuras, temple, firmeza, dulzura e inteligencia. Nos enseñaron a querer. Nos enseñaron a amar. Nos enseñaron a perdonar. Nos enseñaron a abrazar y ser abrazados en los momentos de desazón. Cualquier cuidado que aplicamos nos vino primero de ellas. De ellas aprendimos la magia terapéutica y la nobleza de las lágrimas, al igual que el desconsuelo. Gracias a ellas supimos que incluso la mesa más sencilla se puede convertir en el más suntuoso lugar de celebración.
Las puedes ver siempre hablando o discutiendo porque nunca abandonan la palabra, esa otra gran creadora, o sumidas en el más completo silencio, sabedoras de ese gran poder. Diosas, reinas, guerreras, filósofas, científicas y artistas. Su huella recorre y define cada rincón de la historia, contada o silenciada. Ya en la Antigüedad grecorromana le pusieron a la Luz determinante femenina por verla indisociable de su naturaleza sanadora.
Será quizás por eso que en el Instituto de Fotomedicina, donde usamos la luz para sanar, nuestro equipo lo constituyen tantas mujeres maravillosas. Hoy es 8 de marzo, día de la mujer, y toca hacer lo que deberíamos hacer cada día: dar las gracias desde lo más hondo de nuestro corazón y celebrar que en este mundo hay más de 3.500 millones de mujeres luchando para hacer de él cada día un lugar mejor. Gracias a todas vosotras!
El equipo del Instituto de Fotomedicina